Los peces nacen en el agua, el hombre nace en el Tao.Si los peces, nacidos en el agua, buscan la sombra profunda del estanque o la alberca, todas sus necesidades son satisfechas.Si el hombre, nacido en el Tao, se hunde en la profunda sombra de la no-acción, para olvidar la agresión y las preocupaciones, no le falta nada, su vida es segura.
Moraleja: "Todo lo que necesita el pez es perderse en el agua.Todo lo que necesita el hombre es perderse en el Tao".

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queridos amigos los haikus que humildemente escribo están en este sitio: www.haikusilvestre.wordpress.com
gracias ! Namasté

23 jun 2010

el poder de la compasión no tiene límites

Uno de los más famosos santos budistas de India fue Asanga, eremita del siglo iv que se marchó a la montaña para hacer un retiro en solitario, concentrando su práctica meditativa en el Buda Maitreya, con la ferviente esperanza de ser bendecido con una visión de este Buda y recibir enseñanzas de él.
Asanga meditó durante seis años con suma austeridad, pero no tuvo ni siquiera un sueño auspicioso. Desalentado, llegó a creer que nunca vería cumplida su aspiración de conocer al Buda Maitreya, de modo que interrumpió el retiro y abandonó su ermita. No llevaba mucho tiempo andando por el camino cuando vio a un hombre que pulía una enorme barra de hierro con un retazo de seda. Asanga se le acercó y le preguntó qué hacía.
— Necesito una aguja —respondió el hombre—, y me estoy haciendo una con esta barra de hierro.
Asanga se lo quedó mirando atónito; aunque el hombre acabara cumpliendo su cometido al cabo de cien años, reflexionó, ¿qué sentido tendría? De modo que se dijo:
“Fíjate en las molestias que se toma la gente por cosas completamente absurdas. Tú estás haciendo algo realmente valioso, la práctica espiritual, y no pones tanta dedicación ni mucho menos”. Giró en redondo y regresó a la ermita.
Pasaron tres años más, durante los cuales siguió sin recibir ninguna señal del Buda Maitreya. “Ahora estoy seguro, jamás lo conseguiré”, pensó. Así que volvió a marcharse, y pronto llegó a una curva del camino en la que había un enorme peñasco, tan alto que parecía tocar el cielo. Al pie de la roca había un hombre que la frotaba afanosamente con una pluma empapada en agua. Asanga le preguntó qué hacía.
—Esta roca es tan gran de que impide que dé el sol en mi casa, así que he decidido librarme de ella.
Asanga se sintió asombrado por la energía incansable de aquel hombre, y avergonzado por su falta de dedicación. Así que regresó a su retiro.
Transcurrieron otros tres años sin que tuviera ni un buen sueño. Al fin decidió de una vez por todas que su empresa era desesperada y abandonó el retiro definitivamente.
Fueron pasando las horas y entrada ya la tarde se encontró con un perro tendido en la cuneta. Sólo tenía las patas delanteras, y la mitad trasera del cuerpo estaba descomponiéndose y cubierta de gusanos. Pese a su lamentable estado, el animal no cesaba de ladrar a los transeúntes y hacía patéticos intentos de morderlos, arrastrándose por el suelo con las patas buenas.
Asanga quedó abrumado por un vivo e insoportable sentimiento de compasión, y se cortó un pedazo de carne de su propio cuerpo para dar de comer al perro. Después se agachó para quitarle los gusanos que le consumían el cuerpo, pero de pronto se le ocurrió que podía hacerles daño si los cogía con los dedos, y se dio cuenta de que la única manera de quitarlos era con la lengua. Se arrodilló y, tras mirar la repulsiva masa culebreante, cerró los ojos. Se acercó más, sacó la lengua... y cuando se dio cuenta, estaba tocando el suelo con la lengua. El perro había desaparecido; en su lugar estaba el Buda Maitreya, envuelto en un aura de luz trémula.
—Por fin —dijo Asanga—. ¿Por qué no te me has aparecido antes? —No es verdad que no me haya aparecido antes —le dijo Maitreya dulcemente. He estado siempre contigo, pero tu karma negativo y tus oscurecimientos te impedían verme. Tus doce años de práctica los disolvieron levemente y y por eso la sincera compasión, todos los oscurecimientos han quedado completamente eliminados y ahora puedes verme ante ti con tus propios ojos. Si no crees que haya ocurrido así, cárgame al hombro y comprueba si alguien más puede verme.
Asanga se cargó a Maitreya al hombro derecho y se dirigió al mercado, donde empezó a preguntarles a todos: “¿Qué llevo al hombro?”. La mayoría de los interpelados respondía que nada y se guía su camino. Sólo una anciana que había purificado ligeramente su karma respondió:
—Llevas el cadáver putrefacto de un perro viejo, nada más.
Asanga comprendió por fin el poder ilimitado de la compasión que había purificado y transformado su karma, convirtiéndolo así en un recipiente digno de recibir la visión y la instrucción de Maitreya. A continuación, el Buda Maitreya, nombre que significa “afecto amoroso”, condujo a Asanga a un reino celestial donde le dio muchas enseñanzas sublimes que se cuentan entre las más importantes de todo el budismo.
del libro: El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte de Sogyal Rimpoché

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