El padre solía, antes de las comidas, orar agradeciendo a Dios por todas las bendiciones recibidas por su casa.
Después de la oración, como también era su hábito, iniciaba las murmuraciones: "Esa carne está cada vez peor; y vean el tamaño de esos huevos, parece que apocan a cada día; las tasas de intereses están altísimas; las patatas parecen plástico; el salario no da para nada; el café está amargo; los precios están absurdos.
Un día, su pequeña hija se viró para él y preguntó:
"Papá, ¿Dios oye cuando usted Le agradece por todas las bendiciones?"
Mostrando un semblante confiante, él contestó:
"Sí, querida, Él oye".
"Papá", ella continuó,
"¿Dios también oye cuando usted se queja sobre la carne y las patatas?"
Mostrando, ahora, alguna indecisión, él contestó:
"Sí, Oye también".
"Y ¿en cual Dios usted cree?" Concluyó la niña.

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