Si queremos ser auténticamente felices, es indispensable la contención interna. Sin embargo, no debemos detenernos ahí.
El problema no es el materialismo como tal. Es más bien el hecho de suponer que la plena satisfacción puede sobrevenir de la sola gratificación de los sentidos.
A diferencia de los animales, cuya búsqueda de la felicidad se limita a la supervivencia y la satisfacción inmediata de los deseos sensoriales, nosotros, los seres humanos, tenemos la capacidad de experimentar la felicidad a un nivel más profundo, que cuando está plenamente conseguido, nos da los medios para hacer frente a las experiencias contrarias.
No siempre es posible tomarse el tiempo necesario para el discernimiento prudente. A veces es necesario obrar en primer lugar.
Por eso nuestro desarrollo espiritual juega un papel tan importante, asegurando que nuestras acciones sean verdaderamente éticas.
Cuanto más espontáneos son nuestros actos, más reflejan nuestras costumbres y nuestros humores en un momento dado.
También creo que resulta útil tener un conjunto de preceptos éticos de base para que nos guien en nuestra nueva vida.
Aunque pueda evitar que llevemos a cabo algunas malas acciones, la simple contención no basta, si queremos alcanzar la felicidad caracterizada por la paz interior.
Para transformarnos nosotros mismos (nuestras costumbres, nuestros humores) con el fin de que nuestras acciones sean compasivas, hay que desarrollar lo que llamamos "una ética de la virtud".
Al mismo tiempo que nos abstenemos de pensamientos y de emociones negativas, debemos cultivar y reforzar nuestras cualidades positivas.
Preocuparse por los demás hace caer las barreras que habitualmente son fuentes de inhibición en nuestra relación con ellos.
Cuando nuestras intenciones son buenas, todos nuestros sentimientos de timidez o de inseguridad se ven reducidos en gran manera.
A medida que somos capaces de abrir esa puerta interior, experimentamos igualmente una especie de liberación frente a la preocupación habitual por nuestro "yo".
Cuando sentimos interés por los demás, podemos notar que la paz así creada en nuestros corazones irradia hacia todos los que frecuentamos.
Nosotros aportamos paz a nuestras familias, a nuestros amigos, a nuestros colegas, a la comunidad a la que pertenecemos, y por tanto al mundo.
¿Por qué no desarrollar entonces esa cualidad?
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