El Dharma está bien dicho en cuanto se conforma a la doble verdad en la cual se debe inspirar toda sana doctrina: la verdad convencional (saṃvṛtisatya) y la verdad absoluta (paramārthasatya). Algunas frases de Buda adoptan las formas humanas de razonar y de expresarse y sólo tienen valor provisorio; otras, por el contrario, van directamente a lo absoluto y deben ser tomadas al pie de la letra. Hablar siempre a la manera de los hombres sería vano; hablar sólo de lo absoluto sería condenarse a no decir nada. Conformándose a la vez a la verdad convencional y a la verdad absoluta, la doctrina budista escapa a la incomprensión de los necios y a la condena de los sabios. Es, así, irrefutable.
Más aún, siguiendo siempre el “camino del medio” entre las posiciones filosóficas extremas, descartando por igual el laxismo y el rigorismo, el realismo y el nihilismo, la enseñanza de Buda no ofrece el flanco a ninguna crítica. De ahí esta estrofa de Nāgārjuna:
Todo es verdadero, todo es falso,
verdadero y falso a la vez;
ni falso ni verdadero a la vez:
tal es la enseñanza de Buda.
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