La compasión es uno de los principales factores que darán sentido a nuestra vida. Es la fuente de toda felicidad y alegría duraderas, y es el fundamento necesario para tener buen corazón, el corazón de las personas que actúan movidas por el deseo de ayudar a los demás.
No es éste un asunto para elaborar complicadas teorías: es un asunto de elemental sentido común. Es innegable que la consideración hacia los demás realmente vale la pena. Es innegable que nuestra felicidad está indisolublemente unida a la felicidad de los demás. Es asimismo innegable que si la sociedad sufre, nosotros también sufrimos. Y también es de todo punto innegable que, cuanto más afligido se halle nuestro corazón y nuestro espíritu, más separados nos sentiremos.
En este sentido, no es necesario un templo o una iglesia, una mezquita o una sinagoga; no hay necesidad ninguna de una filosofía complicada, de una doctrina o un dogma. El templo ha de ser nuestro propio corazón, nuestro espíritu y nuestra consciencia.
Por desgracia, aunque la mayoría nos consideramos personas compasivas, tendemos a ignorar estas verdades que son de sentido común, o bien a olvidarlas. Nos descuidamos a la hora de hacer frente a nuestros pensamientos y emociones negativas.
Al contrario que el agricultor, que se pliega al paso de las estaciones y no duda en cultivar la tierra cuando llega el momento propicio, nosotros perdemos mucho tiempo en actividades que no tienen el menor sentido. Sentimos un hondo pesar por asuntos tan triviales como es perder dinero, al tiempo que nos abstenemos de hacer lo que realmente tiene importancia.
En vez de regocijarnos en la oportunidad que se nos puede presentar para contribuir al bienestar de los demás, nos limitamos a aprovecharnos de los placeres cada vez que nos resulta posible. Corremos de un lado a otro, hacemos cálculos y llamadas telefónicas, pensamos que tal cosa sería mejor que tal otra.
Nos consideramos inteligentes, pero ¿de qué manera utilizamos nuestras capacidades?
Y lo cierto es que la satisfacción duradera no se puede extraer de la adquisición de ningún objeto. Poco importa cuántos amigos podamos tener, que no serán ellos quienes nos hagan felices.
Por lo tanto, con las dos manos entrelazadas, apelo a ti, lector, para que te asegures de hacer que el resto de tu vida esté tan cargada de sentido como te sea posible.
Renuncia a tus envidias, olvida tu deseo de triunfar por encima de los demás. Con amabilidad, con valentía, acoge a los demás con una sonrisa. Sé claro y directo. Y procura ser imparcial. Trata a todo el mundo como tus hermanos. Todo esto no te lo digo en calidad de Dalai Lama, ni por ser una persona dotada de poderes especiales. No los tengo. Te hablo solamente como un ser humano; como alguien que, igual que tú, desea ser feliz y abandonar el sufrimiento.
Dalai Lama.
Extractos de: “El arte de vivir en el nuevo milenio”
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