Los peces nacen en el agua, el hombre nace en el Tao.Si los peces, nacidos en el agua, buscan la sombra profunda del estanque o la alberca, todas sus necesidades son satisfechas.Si el hombre, nacido en el Tao, se hunde en la profunda sombra de la no-acción, para olvidar la agresión y las preocupaciones, no le falta nada, su vida es segura.
Moraleja: "Todo lo que necesita el pez es perderse en el agua.Todo lo que necesita el hombre es perderse en el Tao".

AVISO

queridos amigos los haikus que humildemente escribo están en este sitio: www.haikusilvestre.wordpress.com
gracias ! Namasté

15 sept 2015

HOY, EXACTAMENTE AHORA

Del libro ‘Despertar del Buda Interior’
Página 34
Por el Lama Surya Das
Traducido por Yin Zhi Shakya, OHY

El buscador que inicia el camino
Resplandece sobre el mundo.
Del Dhammapada
Proverbios del Buda

Si fueses capaz de sumergirte ahora en tu interior y despertar tu Buda durmiente, ¿qué encontrarías? El Budismo Tibetano dice que en vuestro corazón, en el mío, o en él de cualquiera otra persona y en el de todas las otras criaturas grandes o pequeñas, existe una radiación interna que refleja nuestra naturaleza esencial, la cual está siempre abiertamente positiva. Los tibetanos se refieren a esa luz interior como la radiación pura o la luminosidad innata; de hecho, la llaman luminosidad básica, porque constituye la “línea de base”. No existe nada después ni antes de eso. Esta luminosidad no ha tenido nacimiento ni ha de tener muerte. Es una vacuidad luminiscente, llamada “luz clara” y está dotada con el corazón de la compasión incondicional y del amor.
Cualesquiera sean vuestras creencias religiosas pasadas o presentes, reconocerás, probablemente, que los tibetanos no se quedan solos al asociar la luminosidad con la iluminación o con la presencia espiritual incandescente. En las iglesias cristianas y en las sinagogas judías, así como en los templos budistas, la gente enciende velas que simbolizan la luminosidad espiritual. A los santos y a otras imágenes se les representa universalmente mediante halos resplandecientes de luz, rodeados de nimbos y auras. Algunas personas inclusos son capaces de verlos en realidad. La tradición en el judaísmo, la religión de mi niñez, requiere que las mujeres en el hogar enciendan velas al ponerse el sol, el viernes por la noche. ¿Por qué? Para invitar a la luz y al espíritu de Dios a entrar en el templo del hogar y así poder celebrar el Sabático [Sabbath].
Piensa en los millones de hombres y mujeres que han inclinado sus cabezas en oración mientras encendían velas. ¿Acaso piensa alguno de ustedes que el Buda, o cualquier otra imagen próxima al absoluto, necesita una vela para ver o para mantenerse caliente? Encender una vela es simplemente una forma simbólica, ritualizada, de ofrecer luz en la oscuridad. La vela simboliza la luz interior y la sabiduría luminosa que puede guiar a cada uno de nosotros a través de la oscuridad, de la ignorancia y de la confusión. La llama brillante de una vela constituye un recordatorio externo de una luminosidad y de una claridad internas, la llama viviente espiritual que arde en el interior del templo de nuestro corazón y de nuestra alma.
La sabiduría atemporal del Tíbet nos asegura que cuando uno ES CAPAZ de oír la sabiduría del Buda, cuando uno está dispuesto a tomar en cuenta sus lecciones plenas de intuición y cuando uno se compromete genuinamente a practicar estas lecciones obrando lo mejor posible para llevar una vida impecable, uno puede actualizar esta luminosidad básica; uno podrá alcanzar el corazón del despertar; podrá conocer donde ha estado y podrá ver hacia donde va. Su propia luz y verdad interiores, la luz clara mediante la cual vemos y somos vistos, le servirá de guía. Esto es conciencia total; en esto consiste la iluminación perfecta. La iluminación significa poner fin a un vagar sin dirección a través de los pasajes, semejantes a sueños, de la vida y de la muerte. Significa que uno ha encontrado el propio Buda que mora en cada uno de nosotros. ¿Cómo se siente ese Buda? Totalmente cómodo, en paz y a gusto en cada situación y en cada circunstancia, con un sentido de verdadera libertad interior, independiente tanto de las circunstancias exteriores como de las emociones interiores.
Despertar el Buda interior y permanecer despierto exige un auto-conocimiento y presencia extraordinarios de mente. Significa prestar mucha atención a cómo uno piensa y a cómo uno actúa y significa mantener un compromiso permanente de buscar en su interior en pos de respuestas. Hacia dentro. Con profundidad. Bajo la superficie de las cosas. No sólo dentro de sí mismo.
Como occidentales, no es ese el modo en que nos han enseñado a pensar. Permanecemos siempre buscando respuestas en lo externo. Buscamos amantes, amigos, familiares, autoridades, e incluso niños, para responder a necesidades que posiblemente ellos no sean capaces de suplir. Tenemos fantasías acerca de la carrera profesional, de romances, de amistad y de intimidad. Estamos totalmente llenos de fantasías acerca del pasado y del futuro. Con frecuencia no nos queremos desprender de esas fantasías porque tememos que hacerlo signifique renunciar a la vida. Pero no es así como opera esto. En verdad, las expectativas irreales TIÑEN nuestra apreciación de la vida e impiden la libre fluidez del momento presente.
¿Acaso no tendemos todos a pensar principalmente en términos de gratificación de nuestros deseos y de asegurar nuestro lugar en el mundo? ¿No hemos sido todos condicionados para colocar el énfasis principal sobre la persona, o sobre nuestra apariencia? Nuestros lenguajes comunes abundan en frases que se refieren a proyectar una buena imagen. El énfasis se centra en cómo uno se presenta ante sí mismo, así como en qué forma aparece uno ante los demás, a fin de obtener lo que deseamos. ¿No buscamos todos seguridad, certidumbre y afirmación?
Con frecuencia se nos dice: “¡No se quede ahí, haga algo!” Y nosotros lo hacemos. ¡Hacemos muchas cosas! Cuando nos hallamos involucrados en relaciones insatisfactorias, creemos que nuestras soluciones se encontrarán en otras relaciones distintas; cuando tenemos algún trabajo que nos causa incomodidad y resentimiento, creemos que un nuevo empleo nos ofrecerá lo que deseamos; cuando nos sentimos infelices con lo que nos rodea, creemos que podemos resolver esa infelicidad cambiando de lugar. Más tarde, cuando nuestros problemas se resisten a desaparecer, nos quejamos de que estamos atascados y buscamos formas de continuar moviéndonos.
Llevamos esta clase de lógica más allá todavía cuando intentamos reducir la vida a una continua competición. Entrenados y condicionados a creer que la vida tiene que ver con el logro, con las ganancias, con las perdidas y con la auto-afirmación, colocamos mucha de nuestra energía en pos de soluciones momentáneas. No es de extrañar que tantos de nosotros se sientan alienados, solos, agotados, cínicos, y descorazonados.
El Budismo pone boca a bajo todas estas virtudes acerca de la ganancia y el logro. El énfasis budista no reside en halar nuevas formas de conquistar el espacio exterior, el ciberespacio, o, si se quiere, la isla de Manhattan. Las tradiciones de la sabiduría nos dicen que podemos soportar el reducir la velocidad, tomar aliento y volvernos hacia nuestro interior. Dominarnos a nosotros mismos es regresar al hogar en el centro del ser, el mandala universal. Lo que buscamos, ya lo somos. “Todo está disponible en el estado natural”, como decía un antiguo lama en cierta ocasión. ¿De modo que por qué hemos de buscar en cualquier otro sitio?
Antes de proseguir, quiero manifestar claramente que no deseo que alguien que lea esto pueda llegar a endurecer su corazón en nombre del budismo. No utilicemos el budismo para volvernos partidarios de la quietud, o fundamentalistas puritanos del tipo “yo soy más santo que tú”. Mientras nos sentemos en meditación, no nos volvamos tiesos, rígidos, o nos vayamos a quedar clavados en cualquier posición fija, como una estatua inerte del Buda. La espontánea totalidad que se conoce como la naturaleza del Buda se encuentra siempre abierta y fluyendo. No es estática, sino extática. No es meramente didáctica y no es fija. El Buda que hay dentro de usted no va a mostrarse exactamente igual que lo hace el Buda dentro de mí, o él de dentro de cualquiera de sus amigos o familiares. La Budeidad, la iluminación, tiene miles de rostros. Todos igualmente maravillosos. Mire simplemente a su alrededor.
La elección de un camino interior no tiene nada que ver con el fanatismo del culto o con la fe ciega. Se refiere a un liderazgo genuino, que encarna y da vida a los principios más elevados de la Verdad, no representa un mero seguimiento borreguil. La conformidad no es la enseñanza más profunda de las tradiciones espirituales. Las más profundas enseñanzas tratan de la conciencia radiante y de la inherente y gozosa libertad del ser. No se refiere a mantener una mente quieta. Si todo lo que necesita es una mente quieta, existe una gigantesca industria farmacéutica que estará feliz de poder servir sus necesidades.
El camino hacia la iluminación y hacia el despertar es lo opuesto a enmudecer y a contenerse a sí mismo o a tratar de mantener una personalidad práctica, eficiente y sin mácula; muy brillante, pero también muy dura y fría. No existe sustituto para el hecho de vivir una vida sustanciosa y genuina de actividad de Buda. El Buda se siente desbordante, feliz y triste. Despertar al Buda tiene que ver con el desprenderse de la propia persona fija y con volverse despierto, liberado y consciente.
Iniciar un camino espiritual significa ABANDONAR las corrientes superficiales y sumergirse en las aguas profundas de la realidad. No estamos aquí nadando simplemente contra la corriente; en realidad estamos sumergiéndonos en las aguas profundas del ser, a fin de volver a tomar contacto con nuestra propia naturaleza innata. ¿Dónde podemos comenzar? Después de su llegada a la India, en 1959, le preguntamos a un antiguo lama: “¿Cómo se las arregló para escapar del Tíbet y cruzar los altos y nevados picos de Himalaya a pie? Y el lama respondió: “Dando un paso a la vez.”
Como de costumbre, el camino comienza bajo vuestros pies, con el primer paso que dan. Donde nos encontramos ahora, ahí es donde comenzamos.
Final del Ensayo
Año 2003
¡No dejen que el ‘ego’ orgulloso, envidioso y sobre todo insustancial, impermanente y productor de sufrimiento les desvíe del Camino!: Abran los ojos: Atención Correcta, Esfuerzo Correcto, Pensamiento Correcto, Habla Correcta, Modo de Vida Correcto, Acción Correcta y Meditación Correcta.

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