LA SOMBRA
No estará de más recordar, para mejor comprender esta relación,
que nosotros entendemos por «principios» regiones arquetípicas del ser que
pueden manifestarse con una enorme variedad de formas concretas. Cada
manifestación es entonces representación de aquel principio esencial. Por
ejemplo: la multiplicación es un principio. Este principio abstracto puede
presentársenos bajo las más diversas manifestaciones (3 por 4, 8 por 7, 49 por
248, etc.). Ahora bien, todas y cada una de estas formas de expresión,
exteriormente diferentes, son representación del principio «multiplicación».
Además, hemos de tener claro que el mundo exterior está formado por los mismos
principios arquetípicos que el mundo interior. La ley de la resonancia dice que
nosotros sólo podemos conectar con aquello con lo que estamos en resonancia.
Este razonamiento, expuesto extensamente en Schicksal als Chance, conduce a la
identidad entre mundo exterior y mundo interior. En la filosofía hermética esta
ecuación entre mundo exterior y mundo interior o entre individuo y Cosmos se
expresa con los términos: microcosmos = macrocosmos. (En la Segunda Parte de
este libro, en el capítulo dedicado a los órganos sensoriales, examinaremos
esta problemática desde otro punto de vista.)
Proyección significa, pues, que con la mitad de todos los principios fabricamos
un exterior, puesto que no los queremos en nuestro interior. Al principio
decíamos que el Yo es responsable de la separación del individuo de la suma de
todo el Ser. El Yo determina un Tú que es considerado como lo externo. Ahora
bien, si la sombra está formada por todos los principios que el Yo no ha
querido asumir, resulta que la sombra y el exterior son idénticos. Nosotros
siempre sentimos nuestra sombra como un exterior, porque si la viéramos en
nosotros ya no sería la sombra. Los principios rechazados que ahora
aparentemente nos acometen desde el exterior los combatimos en el exterior con
el mismo encono con que los habíamos combatido dentro de nosotros. Nosotros
insistimos en nuestro empeño de borrar del mundo los aspectos que valoramos
negativamente. Ahora bien, dado que esto es imposible —véase la ley de la
polaridad—, este intento se convierte en una pugna constante que garantiza que
nos ocupamos con especial intensidad de la parte de la realidad que rechazamos.
Esto entraña una irónica ley a la que nadie puede sustraerse: lo que más ocupa
al ser humano es aquello que rechaza. Y de este modo se acerca al principio
rechazado hasta llegar a vivirlo. Es conveniente no olvidar las dos últimas
frases. El repudio de cualquier principio es la forma más segura de que el
sujeto llegue a vivir este principio. Según esta ley, los niños siempre acaban
por adquirir las formas de comportamiento que habían odiado en sus padres, los
pacifistas se hacen militantes; los moralistas, disolutos; los apóstoles de la
salud, enfermos graves.
No se debe pasar por alto que rechazo y lucha significan entrega y obsesión.
Igualmente, el evitar en forma estricta un aspecto de la realidad indica que el
individuo tiene un problema con él. Los campos interesantes e importantes para
un ser humano son aquellos que él combate y repudia, porque los echa de menos
en su conciencia y le hacen incompleto. A un ser humano sólo pueden molestarle
los principios del exterior que no ha asumido.
En este punto de nuestras consideraciones, debe haber quedado claro que no hay
un entorno que nos marque, nos moldee, influya en nosotros o nos haga enfermar:
el entorno hace las veces de espejo en el que sólo nos vemos a nosotros mismos
y también, desde luego y muy especialmente, a nuestra sombra a la que no
podemos ver en nosotros. Del mismo modo que de nuestro propio cuerpo no podemos
ver más que una parte, pues hay zonas que no podemos ver (los ojos, la cara, la
espalda, etc.) y para contemplarlas necesitamos del reflejo de un espejo,
también para nuestra mente padecemos una ceguera parcial y sólo podemos
reconocer la parte que nos es invisible (la sombra) a través de su proyección y
reflejo en el llamado entorno o mundo exterior. El reconocimiento precisa de la
polaridad.
(Tomado de "La enfermedad como camino" - Thorwald Dethlefsen y Rudiger Dahlke)
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